La ciencia y la tecnología han forjado el destino de la humanidad siendo hoy protagonistas ineludibles de nuestra cotidianeidad.
Fuente: La Capital / Domingo 04 de Septiembre de 2016
por Diego de Mendoza y Alejandro Vila / Investigadores del Conicet / Especial para Más
La ciencia y la tecnología han forjado el destino de la humanidad siendo hoy protagonistas ineludibles de nuestra cotidianeidad. Esta realidad induce a veces miradas apocalípticas sobre el futuro, en muchos casos responsabilizando a la ciencia y a la tecnología del negro porvenir que se avecina. Sin embargo, ¿quién puede o quiere imaginar hoy un mundo sin antibióticos, sin vacunas, sin tratamientos médicos o diagnósticos avanzados, sin comunicaciones, sin computación? Este debate (no por antiguo menos importante) sobre las ventajas y desventajas relativas de los avances científico-tecnológicos, oscurece otro debate más profundo y menos presente en la sociedad: ¿cómo ocurren los descubrimientos científicos más originales y transformadores? ¿cómo podemos hacer para dar lugar a más creatividad en la ciencia?
Los descubrimientos con más poder transformador suelen provenir de ideas no convencionales que en muchos casos generan nuevos paradigmas, por lo tanto, es imposible predecirlos. De hecho, las novelas de ciencia ficción del siglo XX brindaron distintas visiones del futuro, pero ninguna pudo predecir de qué manera internet cambiaría nuestras vidas. Tan poco previsibles son las aplicaciones de la ciencia, que los científicos responsables de los descubrimientos más revolucionarios raramente pueden prever la utilidad de los mismos.
El matemático inglés G.H. Hardy, quien hizo importantes contribuciones a la teoría de los números, en su ensayo Apología de un matemático publicado en 1940, se vanagloriaba de la absoluta inutilidad de esta teoría, a la cual admiraba con la misma fascinación que le provocaba un cuadro o una sinfonía. En esta afirmación, Hardy estaba lejos del espíritu provocador de la famosa frase de Oscar Wilde: “Todo arte es inútil”, sino que declaraba su pasión por la belleza de la teoría de los números. Sin embargo, Hardy no fue un visionario porque no pudo predecir que la teoría de los números sería uno de los basales de la criptografía moderna, sin la cual no se podrían proteger las operaciones de comercio electrónico, ni encriptar documentos vinculados con la seguridad nacional de los países.
Del mismo modo, Hardy consideraba que la teoría de la relatividad no tendría ninguna aplicación. Ni él ni el mismo Einstein pudieron predecir que la teoría de la relatividad sería esencial para que los GPS interaccionen con los satélites en la predicción exacta de una posición. El físico Charles Townes inventó el láser a principios de 1950 exclusivamente movido por la curiosidad, a tal punto que el láser fue considerado irónicamente en su momento como “una solución que buscaba un problema”. Hoy en día los láseres son utilizados para reparar una córnea, para impresiones, para leer discos de música o videos, leer códigos de barra, o tratar cálculos renales, entre otras cosas. ¿Alguien se atrevería a afirmar que Hardy, Einstein o Townes fallaron por no poder predecir las aplicaciones de sus descubrimientos? Claro que no.
Aquí entonces debemos preguntarnos: ¿Qué debe esperar la sociedad de la ciencia? ¿Nuevos conocimientos o futurología? ¿Vale la pena invertir en proyectos que parecen solamente satisfacer la curiosidad de unos pocos en los laboratorios? Este planteo es falaz, ya que la ciencia debe pensarse como una inversión de alto riesgo, porque su impacto no es predecible, pero que ofrece un alto retorno. A guisa de ejemplo, en 1993 la National Science Foundation (NSF) de Estados Unidos financió un proyecto de 3 millones y medio de dólares en la Universidad de Stanford que planteaba crear una biblioteca virtual que integrara la enorme cantidad de datos personales con los datos presentes en las bibliotecas convencionales. Sergei Bryn y Larry Page eran dos estudiantes de ese proyecto, quienes crearon Google, que hoy representa un mercado de 360 mil millones de dólares. Es decir, una ganancia que multiplicó 100.000 veces la inversión original. Sin duda que el lanzamiento al mercado de Google requirió de inversión privada, pero ésta no podría haber existido si el gobierno de Estados Unidos no hubiera invertido inicialmente en el proyecto básico inicial.
En el mes de mayo pasado, el IBR llevó adelante la tercera edición del Taller Bio-líderes (Biotecnología para Líderes de Opinión), en el cual se invita a funcionarios, empresarios y periodistas a realizar experimentos de Biología Molecular con sus propias manos. Un eje central del Taller es discutir el papel de la investigación fundamental en Biología y de qué manera este conocimiento se concreta en aplicaciones en Biotecnología y Salud. En el Taller se discutieron varios ejemplos de descubrimientos fundamentales en Biología que han cambiado el mundo.
Uno de ellos es el caso de un grupo de biólogos de Estados Unidos que, financiados por dinero del Estado, investigaron bacterias que crecían en las aguas termales del parque nacional de Yellowstone, a muy altas temperaturas. ¿Quién en su sano juicio financiaría el estudio de algo tan extraño? Sin embargo, esa investigación llevo al descubrimiento de una proteína particular en esas bacterias que es usada en la técnica de PCR, que hoy se aplica en medicina forense para identificar criminales, en estudios de paternidad, diagnóstico de enfermedades, e innumerables aplicaciones que involucran la identificación de genes. Del mismo modo, un grupo de biólogos marinos se preguntó por qué unas medusas tienen un color verde brillante cuando oscurece.
Sin duda que es una curiosidad que puede ser atractiva para un taller de ciencias de la escuela secundaria, pero la pregunta que surge es: ¿debe el Estado financiar un proyecto para responder esta pregunta solamente porque un científico considera que es interesante? La respuesta primaria es no. Sin embargo, esta investigación permitió descubrir que la responsable de este fenómeno es una proteína verde fluorescente, que hoy se usa para seguir procesos como la propagación del cáncer, la infección del HIV o la acción de la insulina en el páncreas. Sin duda que la respuesta cambia cuando conocemos las aplicaciones, pero a la hora de evaluar los proyectos novedosos, nadie tiene el diario del lunes.
Eric Lander, presidente del comité asesor de Ciencia y Tecnología de Barack Obama, dio en llamar a la ciencia: “La Máquina Milagrosa”. La ciencia resulta milagrosa por su poder transformador, que no puede predecirse. Sin embargo, es una máquina porque sus resultados son reproducibles: siempre trabaja, y si no se apaga, los resultados son impactantes. Sin duda que estos resultados solamente pueden lograrse si hay apuestas a largo alcance y sostenidas, es decir, si esta máquina no se apaga.
Hace unos meses, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Brasil (CNPq) otorgó más de 100 subsidios de cerca de tres millones de dólares (un monto similar al proyecto que culminó con la creación del Google) en un programa denominado “Programa Nacional de Institutos de Ciencia y Tecnología” (INCT). Los INCT agrupan a grupos de científicos de varios centros de investigación de Brasil que propusieron estudiar problemas que van desde la democratización de las comunicaciones a las causas del envejecimiento en animales modelo. Los proyectos fueron evaluados por un comité internacional que propuso la adjudicación de los mismos basada únicamente en la excelencia científica de las propuestas, de acuerdo a lo requerido por las autoridades del CNPq.
Una apuesta poderosa
Queremos mencionar un hallazgo revolucionario reciente en la biología que tuvo como protagonista a un egresado de la Universidad Nacional de Rosario. El nombre de la criatura es CRISPR, que suena como una galletita de textura crujiente, pero podría ser una técnica poderosa para terapia génica. La revolución del CRISPR tiene sus orígenes en el mundo de las bacterias, y uno de los científicos que comenzó a entender su funcionamiento fue Luciano Marraffini, quien fue alumno de la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacéuticas de la UNR y realizó su tesina de licenciatura en el IBR. Luciano siguió estudiando en Estados Unidos y ahora es profesor de la Universidad Rockefeller en Nueva York, habiendo sido destacado por la prestigiosa revista Cell como uno de los 40 científicos de menos de 40 años más promisorios. Luciano se preguntó cómo las bacterias se defienden de unos virus llamados bacteriófagos que las “fagocitan” o matan.
Luciano, así también como otros grupos de Estados Unidos y Europa encontraron que CRISPR funciona como un sistema inmune bacteriano, similar al sistema inmunológico que poseemos los humanos. Resulta que CRISPR en colaboración con una proteína bautizada CAS reconocen una secuencia de ADN muy específica del virus invasor y lo cortan en esa secuencia. Feng Zhang, un neurocientífico del MIT en Boston, junto con otros investigadores razonaron que CRISPR podría ayudar a cambiar genes a voluntad en cualquier organismo. El trabajo inicial utilizando CRISPR/CAS para editar genes fue publicado por Luciano y Zhang en 2013. En menos de un año, numerosos grupos utilizaron el sistema CRISPR/CAS para borrar, editar, activar o suprimir genes de numerosos organismos, incluyendo células humanas.
Se espera que el hallazgo del CRISPR pueda ser utilizado para el desarrollo de tratamientos para personas que padecen enfermedades genéticas hoy incurables y de terribles consecuencias, para detener la multiplicación de células cancerígenas o hacer a las células refractarias al VIH. La extensa aplicación de CRISPR y su facilidad de uso generó una disputa de patentes entre dos universidades por alrededor de mil millones de dólares.
Todos estos ejemplos impredecibles de descubrimientos científicos generados por la “Máquina Milagrosa” tienen dos componentes. El primero es la inversión pública en investigación básica. Esta inversión tiene que ser pública. Los inversores privados no van a invertir en proyectos de resultados impredecibles, pero el estado sí puede invertir porque ha sido repetidamente probado que la investigación original, a largo plazo, genera retornos en formas de beneficios para la sociedad y también mayores ingresos fiscales provenientes de la actividad económica. El segundo componente es la inversión privada que es indispensable para la aplicación, escalado, y (finalmente) la comercialización de los descubrimientos realizados por los científicos.
Un ejemplo reciente del éxito sinérgico de estos dos componentes de la “Máquina Milagrosa” es la inversión multimillonaria de capitales privados para la comercialización de la tecnología CRISPR, desarrollada por la curiosidad de los científicos. Si se piensa que se puede mejorar los retornos sociales disminuyendo el apoyo del estado a la ciencia básica para mejorar el financiamiento de proyectos aplicados a corto plazo, es porque no se entiende el funcionamiento de la “Maquina Milagrosa”. En el mejor de los casos, las inversiones a corto plazo, con fines de aplicación directa, generan, en el mejor de los casos, retornos modestos. Esto redunda en la consecuente disminución de la libre creatividad, indispensable para generar los “milagros” de la ciencia.
Necesitamos mantener a “La Máquina Milagrosa” en funcionamiento fomentando la educación científica rigurosa de los jóvenes y financiando las ideas más originales. Hasta el momento nadie ha inventado un sistema que tenga mayor impacto en el bienestar de la humanidad.